El evangelio de Marcos
registra que, después de la resurrección del Señor, un ángel les dijo a algunas
mujeres que les contaran a los discípulos del Señor y a Pedro lo que había
sucedido (La resurrección). (Marcos 16:7)
¿Por qué el ángel envió a las
mujeres a que contaran acerca de la resurrección del Señor a los discípulos y a
Pedro específicamente? ¿Por qué el ángel no dijo: “Cuéntenles a los discípulos
y a Juan?”; si Juan era el discípulo amado del Señor. ¿Por qué no dijo: “Cuéntenles
a todos los discípulos y a Tomás?”, si Dios sabía que Tomás dudaría de la
resurrección del Señor.
El ángel mencionó específicamente
a Pedro. ¿Por qué?
Recordemos que Jesús les había
dicho a los discípulos que ellos eran sus amigos, ¿habrá sido por eso?
Juan 15:14-15
Ustedes son
mis amigos si hacen lo que yo les mando. Ya no los llamo esclavos, porque el amo no
confía sus asuntos a los esclavos. Ustedes ahora son mis amigos, porque les he
contado todo lo que el Padre me dijo.
Después de una reunión que este
grupo de amigos tuvo para celebrar la cena de Pascua, la cual vino a ser “la
última cena”, salieron a pasear al monte de los olivos y en la plática Jesús
les dijo que esa noche lo abandonarían, sin embargo, el apasionado e impulsivo de
Pedro le aseguró vehementemente a Jesús que nunca le abandonaría y hasta
moriría por Él: “Aunque todos te
abandonen, yo jamás te abandonaré” (Mateo 26:33). “Aunque tenga que morir contigo, ¡jamás te negaré!” (Mateo 26:35).
Pero, ¿recuerdas que Pedro,
uno de Sus amigos, negó a Jesús en momentos realmente críticos para Jesús?
Conociendo la personalidad de Pedro, que
era impetuoso, temperamental, inconstante, autosuficiente, visceral, etc. ¿Cómo
crees que se habrá sentido Pedro después de haber negado tres veces a su Señor,
a su amigo? ¿Cómo estaría su conciencia? ¿Habrá tenido alguna guerra en su
cabeza? Quizá ahora la mente de Pedro era un verdadero campo de batalla.
Tres días antes de que se
apareciera el ángel, Pedro había cometido un gran pecado, un pecado tan grande
que impedía que El Señor pudiese confesarlo delante de los ángeles de Dios.
Lucas 12:8-9
«Les
digo la verdad, a todo el que me reconozca en público aquí en la tierra, el
Hijo del Hombre también lo reconocerá en presencia de los ángeles de Dios. Pero el que me niegue aquí en la tierra será negado delante de
los ángeles de Dios».
Pedro no confesó al Señor
delante de los hombres, ni siquiera delante de una simple criada (Mateo
26:69-75; Marcos 14:66-72; Lucas 22:54-62; Juan 18:15, 25-27). Sin embargo El
Señor quería que fueran a contarles a sus discípulos, incluido Pedro acerca de
su resurrección.
Si estuviéramos en el lugar de
Pedro, ¿qué haríamos? Imaginemos la escena:
“¡Oh! ¡Yo soy
Pedro! He caído. Lo que hice no es un pecado común. Temo que nunca podré acercarme
al Señor. Sospecho que El Señor ya me abandonó y, de ahora en adelante, cada
vez que Él tenga una tarea importante, nunca más me la encargará a mí. Nunca
más seré capaz de tener experiencias especiales como aquellas que tuve con El
Señor en el monte de la transfiguración. Cuando confesé el deseo de morir por
el Señor, Él dijo: “Antes que haya cantado el gallo, me negarás tres veces. En
aquel instante, pensé que El Señor había entendido mal. Cuando El Señor estaba
tan afligido, angustiado, con su alma destrozada de tanta tristeza, hasta el
punto de la muerte y me confió apoyarle en una velada de oración en el
Getsemaní, yo simplemente ¡me quedé dormido! Cuando Él fue preso, le corté la
oreja a un hombre con la espada (Juan 18:10), pensando que El Señor se daría
cuenta que de verdad le amo valientemente.
¡Quién hubiera
pensado que incluso yo podría tropezar!
No tropecé delante
de un sumo sacerdote, ni de alguien con gran autoridad, ni caí delante de Pilatos
que tenía tanto poder. ¡Caí justamente delante de una pregunta hecha por una
criada! Negué al Señor una vez, y otra vez; y finalmente comencé a maldecir y a
jurar negando al Señor.
Una vez confesé que
Él era El Cristo y que era El Hijo de Dios. Hasta le dije: “Tú tienes la vida
eterna. ¿A quién iremos?”
No obstante,
justamente cuando vi al Señor listo para ser crucificado, caí. Cometí el pecado
más grande: ¡Lo negué! ¡Yo lo negué! Aunque haya llorado y me haya arrepentido,
no sé como se sintió El Señor conmigo. Aquel día, cuando lo negué, habría sido
mejor que Él no lo supiera. Sin embargo, exactamente cuando lo negué, Él se
volvió a mí y me miró; eso indica que ¡Él ya lo sabía! ¿Qué haré ahora? Nunca
más me atreveré a ir a Él. Aunque Él me ame, no tendré la osadía de acercarme a
Él, pues hay un pecado que nos separa. Probablemente, nunca más podré acercarme
a Él.
Pero El Señor
resucitó. Aquellas mujeres me trajeron el mensaje que Él, clara y
específicamente había mandado para mí. ¡Oh! ¡Aun habiendo negado al Señor por tres
veces Él no mencionó a otro en particular; sino que me mencionó a mí, y en
forma especial, como si yo fuera el único de quién se acordaba! Mandó decir: “Y
a Pedro” ¡Y a Pedro!
¡Ésta es, en
verdad, la música más agradable del mundo, y la más maravillosa buena nueva! Si
El Señor les hubiera pedido a las mujeres que solamente les hablaran a los
discípulos, habría pensado que alguien como yo no era digno de ser Su
discípulo, y habría dejado de serlo.
No habría tenido la
osadía de ir a verlo. Pero El Señor dijo: “Y a Pedro”. Eso me demostró que aún
Él me quería. A pesar de no tener fuerzas, el que hubiera dicho “y a Pedro” me
animó para ir a verlo. El mensaje traído por las mujeres era verdadero.
¡El Señor hizo que
el ángel mencionara específicamente mi nombre! Él no me había abandonado. Aún
puedo acercarme a Él. ¡He de levantarme para ir a verlo!”.
Una de las cosas que le pueden pasar a un cristiano
cuando cae en mayor o menor grado es que se siente: alejado de Dios, indigno de
acercarse a Dios, abandonado por Dios, inútil para Dios, condenado...
Y Satanás y sus demonios se encargan de hacerte sentir
así y que así te quedes. Si no puede arrancarte la fe, por lo menos que esa fe
no se ponga en movimiento. Y así hay cristianos inutilizados. Pero esos
cristianos quieren en su corazón al Señor; están derribados pero no destruidos.
Así se podía sentir Pedro después de haber negado al
Señor tres veces.
Y esto está escrito porque
Dios sabía que al igual que Pedro iba a ver muchos cristianos paralizados.
Cuando Jesús predijo la negación de
Pedro, le estaba dando a Pedro un anticipo de lo que iba a pasar:
Lucas 22:31-34
»Simón, Simón, Satanás
ha pedido zarandear a cada uno de ustedes como si fueran trigo; pero yo he rogado en oración por ti, Simón, para que tu fe no
falle, de modo que cuando te arrepientas y vuelvas a mí fortalezcas a tus
hermanos».
Pedro
dijo:
—Señor, estoy
dispuesto a ir a prisión contigo y aun a morir contigo.
Jesús
le respondió:
—Pedro, déjame decirte
algo. Mañana por la mañana, antes de que cante el gallo, negarás tres veces que
me conoces.
Prácticamente Jesús le estaba diciendo:
- Satanás pidió zarandearte y le fue concedido (Job 1:12)
- Yo Soy tu abogado y estoy intercediendo por ti (Romanos 8:34)
- Vas a caer
- Te vas a arrepentir (1ª Juan 1:9)
- Te vas a levantar (Romanos 8:28)
- Tienes un propósito (Romanos 8:28)
- Tu victoria en esta prueba fortalecerá a muchos (Romanos 8:28)
- Vas a pastorear (Juan 21:15-19)
Como Pedro, muchas
veces pasamos procesos en los que no sabemos dónde estamos, ni dónde nos quiere
llevar El Señor; no sabemos nada, el propósito del Señor nos pasa desapercibido.
Y mientras dura este proceso ¿qué es lo que debemos tener? Fe.
Por
experiencia sabemos que no siempre es fácil mantenernos en esa fe sobrenatural,
por eso El Señor en su Palabra nos ha dado mucha munición: Toda la segunda
parte del capítulo 8 de Romanos es un alegato de Pablo para que tengamos ánimo
y mantengamos nuestra fe. Además, que la fe viene del oír, y el oír, por la
palabra de Cristo.
Jesús oró por
Pedro para que su fe no faltara. De igual manera hoy Jesús intercede por todos
y cada uno
de nosotros.
Y nosotros podemos leer en Romanos 8:34: “...Cristo
es el que murió; más aun, el que también resucitó, el que
además está a la diestra de Dios, el que también intercede por nosotros.”
Por eso podemos ver que a este
Pedro que había caído, que había pecado, que había negado al Señor, El Señor lo
había mencionado específicamente.
“Y a Pedro”. ¡Cuan profundo es el significado de estas
palabras!
¿Cómo podría haberse atrevido Pedro
a ir a ver al Señor? Sin embargo, él fue a ver al Señor. Por esa frase “y a
Pedro”, él tuvo la osadía de ir a verlo.
Hay cosas que
El Señor permite que nos pasen que no tienen sentido para nosotros, y
preguntamos: ¿Por qué? Pasan los años, echamos la vista atrás y entendemos. Y
en todo este tiempo, era El Señor el que nos sostenía.
Aunque tú estés desanimado, El
Señor jamás estará desanimado. A pesar de que peques y estés perturbado,
dudando en volverte a Él, a Su lado, no hay ni siquiera una razón para no
volver. Arrepiéntete y búscale. ¿Por qué insistes en recordar tu falla, cuando El
Señor ya te perdonó y no se acuerda de ella? Recuerda que El Señor te espera
con los brazos abiertos porque te ama, así no vacilarás en acercarte a Él.
Si conocieras la intención de
la frase “y a Pedro”, ¿Podrías permanecer lejos y no volverte al Señor? Si conocieras
el significado profundo de la frase “y a Pedro”, no quedaría otra cosa que
hacer, sino acercarte al Señor.
¿Qué libro entre los cuatro
evangelios registra este evento de tal forma? Solamente el evangelio de Marcos.
Marcos era un joven que siguió
a Pedro y aprendió mucho de él. Podemos decir que el evangelio de Marcos fue
dictado por Pedro y escrito por Marcos.
La frase: “Decid a los
discípulos, y a Pedro”, fue especialmente registrada por Pedro. Esta palabra
puede ser que no haya sido importante para los demás, pero sí, fue muy
importante en el corazón de Pedro.
Cuando el Espíritu Santo
escribió la Biblia, especialmente nos mostró que las pocas palabras que
parecían ser insignificantes para Mateo, Lucas y Juan, eran inolvidables e
importantes para Pedro, que narró el evangelio de Marcos.
La frase “Y a Pedro” tenía un
significado especial para él. En todo tiempo el recuerdo de estas palabras era
dulce. La palabra de gracia es especialmente memorable para aquel que recibió
la gracia.
¿En tu corazón aún tienes miedo
de acercarte a Dios? ¿O hay algún pecado que te separa de Dios? Cuando ya
lloramos amargamente, nos arrepentimos y confesamos aquello que hicimos que no
era digno del Señor, Él nos perdona y nos limpia (1ª Juan 1:9).
1 Juan 1:9
…Si confesamos
nuestros pecados a Dios, Él es fiel y justo para perdonarnos nuestros pecados y
limpiarnos de toda maldad.
Ahora ¿osamos decirle al
Señor: “Señor me acerco a ti”? Sólo considera: Por amor a ti Él voluntariamente
fue a la cruz; ahora ¿Él dejará de amarte sólo porque fallaste, tropezaste y
caíste?
Tu amor, con aquél que te amó
en la cruz, ¿disminuyó? Para ti, hoy, puede ser fácil
no amarlo, no acercarte a Él, ni volverte a Él; pero, ¿será que para Él es fácil
no amarte, olvidarte y abandonarte? Pedro estaba callado porque había
tropezado, pero El Señor no se olvidó de él.
Así, si no tienes fuerzas para
ir delante del Señor, sólo cree en Su Palabra. Él podrá darte fuerzas para ir
hasta Él. Si tropiezas, Él puede levantarte. Aunque parezca que nunca más podrás
acercarte al Señor nuevamente, recuerda la frase “y a Pedro”, si pides en fe, serás
capaz de acercarte a Él. Cuando queremos acercarnos al Señor, aunque haya una
gran distancia y sintamos que no tenemos fuerzas para ir hasta Él, debemos
recordar la frase “y a Pedro”.
Era de Pedro, quien había
tropezado, que El Señor se acordaba más. A pesar de que Pedro no tuvo la osadía
de ir hasta El Señor, Su corazón lo atrajo para Sí, haciendo que no se escondiera
del Señor, no entendamos mal el corazón del Señor. El Señor no abandonó a
Pedro, y El Señor tampoco te ha abandonado a ti.
¿No te ha pasado que estás en una conversación entre
dos personas, y entiendes lo que dicen pero intuyes que detrás de esas palabras
hay algo mas, y dices “me estoy perdiendo algo”? Eso es lo que nos puede pasar
leyendo el siguiente pasaje.
Juan 21:15-19
Después del desayuno,
Jesús le preguntó a Simón Pedro:
—Simón, hijo de Juan,
¿me amas más que estos?
—Sí, Señor —contestó
Pedro—, tú sabes que te quiero.
—Entonces, alimenta a mis corderos —le dijo Jesús.
Jesús repitió la pregunta:
—Simón, hijo de Juan, ¿me amas?
—Sí, Señor —dijo Pedro—, tú sabes que te quiero.
—Entonces, cuida de mis ovejas —dijo Jesús.
Le
preguntó por tercera vez:
—Simón, hijo de Juan, ¿me quieres?
A Pedro le dolió que Jesús le dijera la tercera vez: «¿Me
quieres?». Le contestó:
—Señor, tú sabes todo. Tú sabes que yo te quiero.
Jesús dijo:
—Entonces, alimenta a mis ovejas.
»Te
digo la verdad, cuando eras joven, podías hacer lo que querías; te vestías tú
mismo e ibas adonde querías ir. Sin embargo, cuando seas viejo, extenderás los
brazos, y otros te vestirán y te llevarán adonde no quieras ir.
Jesús
dijo eso para darle a conocer el tipo de muerte con la que Pedro glorificaría a
Dios. Entonces Jesús le dijo: «Sígueme».
Esta es una conversación que tú y yo podemos leer
ahora, y el resto de los discípulos pudieron oír, pero seguro que sólo Pedro y
Jesús entendían en su totalidad su trasfondo, todo lo que implicaba esa
conversación, y toda su importancia.
Esa conversación era fruto de una vivencia en común,
de personas que han pasado juntas situaciones difíciles.
Después de que Pedro le negara
tres veces, Jesús le pregunta otras tres si le amaba. El Señor estaba dando a Pedro la oportunidad de volverle a decir con su boca
que le amaba y que El Señor después de esta confesión pudiera decirle que
apacentara sus ovejas, en definitiva, le estaba diciendo a Pedro: Pedro, ¡me
eres útil! De este modo Jesús restituye a Pedro.
La frase “Y a Pedro” también
significa “Y a ti”. Tú que fallaste como Pedro. ¡Si vieras el corazón del
Señor, no harías nada sino correr hacia Él! Porque nada puede
separarnos del amor de Dios
Romanos 8:31-39
¿Qué podemos decir acerca de cosas tan maravillosas como éstas?
Si Dios está a favor de nosotros, ¿quién podrá ponerse en nuestra contra? Si Dios no se guardó ni a su propio Hijo, sino que lo entregó
por todos nosotros, ¿no nos dará también todo lo demás? ¿Quién se atreve a
acusarnos a nosotros, a quienes Dios ha elegido para sí? Nadie, porque Dios
mismo nos puso en la relación correcta con Él. Entonces,
¿quién nos condenará? Nadie, porque Cristo Jesús murió por nosotros y resucitó
por nosotros, y está sentado en el lugar de honor, a la derecha de Dios, e
intercede por nosotros.
¿Acaso hay algo que pueda separarnos del amor
de Cristo? ¿Será que Él ya no nos ama si tenemos problemas o aflicciones, si
somos perseguidos o pasamos hambre o estamos en la miseria o en peligro o bajo
amenaza de muerte? (Como dicen las Escrituras: «Por tu
causa nos matan cada día; nos tratan como a ovejas en el matadero»). Claro que no, a pesar de todas estas cosas, nuestra victoria es
absoluta por medio de Cristo, quien nos amó.
Nada podrá jamás separarnos del amor de Dios.
Ni la muerte ni la vida, ni ángeles ni demonios, ni nuestros temores de hoy ni
nuestras preocupaciones de mañana. Ni siquiera los poderes del infierno pueden
separarnos del amor de Dios. Ningún poder en las alturas
ni en las profundidades, de hecho, nada en toda la creación podrá jamás
separarnos del amor de Dios, que está revelado en Cristo Jesús nuestro Señor.
Al igual que Pedro tuvo el respaldo de Jesús
para que su fe no fallara, nosotros tenemos el respaldo de Jesús para que nuestra
fe no falle. Nada ha cambiado. Además, ahora tenemos al Espíritu Santo, pues
Jesús no nos dejó huérfanos. (Juan 14:15-26)
Romanos 8:26-30
El Espíritu Santo nos
ayuda en nuestra debilidad. Por ejemplo, nosotros
no sabemos qué quiere Dios que le pidamos en oración, pero el Espíritu Santo
ora por nosotros con gemidos que no pueden expresarse con palabras. Y el Padre, quien conoce cada corazón, sabe lo que el Espíritu
dice, porque el Espíritu intercede por nosotros, los creyentes, en armonía con
la voluntad de Dios. Y sabemos que Dios hace que todas
las cosas cooperen para el bien de los que lo aman y son llamados según el
propósito que Él tiene para ellos. Pues Dios conoció a los suyos de
antemano y los eligió para que llegaran a ser como su Hijo, a fin de que su
Hijo fuera el hijo mayor de muchos hermanos. Después de
haberlos elegido, Dios los llamó para que se acercaran a Él; y una vez que los
llamó, los puso en la relación correcta con Él; y luego de ponerlos en la
relación correcta con Él, les dio su gloria.
Al igual que El Señor habilitó a Pedro dándole un
encargo, El Señor te dice: ¡ME ERES ÚTIL!
¡Levántate, ponte en marcha!
Porque el justo cae siete veces y siete se levanta (Proverbios
24:16)