Madurar en nuestra fe implica que no corramos a otro cada vez que necesitamos saber qué hay que hacer en una situación específica.
No quiero decir que está mal acudir a las personas que consideramos sensatas para que nos den un consejo o una palabra de advertencia. Lo que sí pienso que es incorrecto e insultante para Dios, es acudir con demasiada frecuencia.
El problema no necesariamente consiste en buscar y tener quien nos aconseje; el problema está en buscar al hombre antes que a Dios. Dios es un Dios celoso (ver Santiago 4:5 y Deuteronomio 4:24), y quiere que busquemos consejo en Él. Dios quiere ser Él quien ocupe el primerísimo lugar en nuestra vida, de otra manera, eso es idolatría, he ahí el problema.
¿O creen que la Escritura dice en vano que Dios ama celosamente al espíritu que hizo morar en nosotros?
Porque el SEÑOR vuestro Dios es fuego consumidor, un Dios celoso.
Es importante establecer en nuestro corazón que debemos buscar a Dios primero, (Salmo 120:1 y Salmo 121:1-2). Dios quiere guiarnos a cada uno de nosotros, no sólo a los pastores o ministros, sino a cada persona que verdaderamente confía en Él.
En mi angustia invoqué al Señor, y él me respondió.
A las montañas levanto mis ojos; ¿de dónde ha de venir mi ayuda?
Mi ayuda proviene del Señor, creador del cielo y de la tierra.
Mi ayuda proviene del Señor, creador del cielo y de la tierra.
Si tenemos el hábito de correr a buscar primero las opiniones de otras personas, sería prudente ser equilibrados en ésta área y dejar esa costumbre. Eso requiere disciplinarnos a nosotros mismos para buscar a Dios primero, y dejar que Dios elija si quiere hablarnos Él mismo o emplear el consejo de otros creyentes para clarificar las cosas para nosotros.
Proclamar la Palabra de Dios:
Señor, yo te busco y tu me respondes. Señor, mi ayuda viene de Ti. Tú no permites que mi pie resbale. Tú no te duermes ni te adormeces, sino que estás siempre mirándome y cuidándome. Tú eres la sombra a mi mano derecha. Tú me guardas de todo mal. Tú cuidarás mi vida y me protegerás de todo mal, en mi hogar y en el camino, en mi entrada y mi salida, desde ahora y para siempre. Adaptado de Salmo 120:1 y 121:1-8