La Palabra escrita de Dios es Su decreto formal. Cuando un creyente proclama esa Palabra con su boca, con su corazón inundado por la fe, Sus palabras llenas de fe se vuelven poderosas y establecen el orden de Dios en su vida.
Yo proclamaré el decreto del Señor: «Tú eres mi hijo», me ha dicho; «hoy mismo te he engendrado.»